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Reinventarse (Parte 1)


«No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio.»

CHARLES DARWIN

Cuando emociones tales como el miedo o la desesperanza se apoderan de nosotros, se produce un auténtico «secuestro cerebral», y no importa lo inteligentes que seamos; nuestra inteligencia no brillará por ninguna parte. Lo que hace insoluble la mayor parte de los problemas no es la dificultad del problema, sino nuestra sensación de pequeñez en el momento de hacerle frente. Por eso, la verdadera capacidad para resolver problemas de una manera creativa pasa por lograr que, cuando nos aproximemos a dichos problemas, nuestro cerebro tenga el grado de equilibrio que es necesario tener para que funcione de manera óptima y encuentre una alternativa de solución eficiente.

Que el cerebro del adulto es maleable ya tiene poca discusión. Hoy sabemos que, cambiando la forma de pensar, cambiamos los circuitos cerebrales. También sabemos que las personas ancladas en una mentalidad negativa favorecen la muerte neuronal [[¿?]], y que aquéllas que han decidido enfocarse en lo positivo generan nuevas neuronas a partir de células madre cerebrales.

Posiblemente, muchos de nosotros hemos oído hablar del test de cociente intelectual, que, durante muchos años, se consideró que medía la inteligencia de una persona. Es curioso que cuando a una serie de jóvenes se les ayudó a desenmascarar algunas de esas convicciones profundamente limitantes que tenían sobre quiénes eran y a transformarlas en convicciones más positivas, consiguieron elevar de forma extraordinaria su cociente intelectual. Esto significa, ni más ni menos, que algunas de nuestras convicciones pueden limitar de forma muy importante el despliegue de nuestra inteligencia.

Si quiere reinventarse, enfóquese en lo que quiere y no en lo que teme.

Debajo de muchos de sus miedos más profundos, no existe una incapacidad real para enfrentarse a ellos, sino la convicción de que usted es incapaz.

Nuestra mente es como un gran mapa, en el que, de forma más o menos oculta, se encuentran nuestras grandes luces y también nuestras más oscuras sombras, aquello que nos impulsa en la vida y aquello que actúa como un lastre para evitar que alcancemos nuestras ilusiones y más preciados sueños. Sólo desde una perspectiva que nos permita contemplar cómo las distintas partes de ese mapa se relacionan entre sí, podremos diseñar estrategias de acción más efectivas.

Las trampas que van a intentar evitar que alcancemos el tesoro, como ya vimos en un capítulo anterior, se llaman «filtros mentales» y su gran poder estriba en que tienen la capacidad de alterar la percepción de lo que vemos, y pueden por ello conducirnos a nuestra propia destrucción sin que ni tan siquiera nos percatemos.

La forma más efectiva de alterar la percepción de lo que vemos es crear ciertas emociones. ¿Verdad que aquellos días en los que usted se levanta con «el pie torcido» ve que la gente es especialmente desagradable y que hacer cualquier cosa le cuesta más?

Nuestros filtros mentales funcionan de una manera algo parecida. Tienen unos espacios que permiten que llegue información del exterior a nuestra consciencia, pero si la forma del filtro es una determinada, ciertos fragmentos de la realidad, aunque sean tan reales como lo es la figurita del pez del niño, no podrán ser percibidos por la consciencia.

Sé que da mucho vértigo esta idea de que nuestra percepción puede estar limitada de una manera tan profunda. Sin embargo, me gustaría invitar al lector a verlo desde otra perspectiva.

¿Son las oportunidades que vemos las únicas que realmente existen? ¿Somos capaces de imaginarnos las cosas que podríamos descubrir en nosotros, en los otros y en el mundo, si pudiéramos ir más allá de lo que nuestros filtros nos permiten ver?

«Un mal hábito entra como un huésped, se une a la familia y, finalmente, se hace con el control.» EL TALMUD

Me gustaría que viéramos nuestra personalidad, nuestra identidad, no como una estructura rígida y definida, sino como un proceso dinámico. Si la personalidad es un proceso dinámico, tienen que haber ciertas fuerzas que la vayan creando, ciertas fuerzas que le den estabilidad y también ciertas fuerzas que puedan alterarla. Comprender este juego de fuerzas es importante si queremos abrirnos a un proceso de cambio personal.

Lo lógico sería que nos diéramos cuenta de que nuestro autorretrato es una simple descripción que hemos hecho de nosotros mismos, pero que somos mucho más. Sin embargo, como esta descripción la vamos haciendo en etapas muy tempranas de la vida, no nos damos cuenta de hasta qué punto nos estamos identificando y apegando a ella. Una vez que ese autorretrato está definido, cuando la vida nos presenta una oportunidad en forma de reto, consultamos la imagen de nosotros mismos como si fuera un «espejito mágico» que nos revelará si, dados quienes somos, podemos hacer frente a tal desafío. Si lo que el espejo nos responde es que no, nos invadirán sentimientos de incapacidad e insuficiencia que nos bloquearán por completo. Por eso, el filósofo norteamericano Emerson nos decía que «el mejor regalo que puede hacernos un amigo es poner frente a nosotros un espejo que refleje una noble imagen de nosotros mismos».

De alguna manera nos hemos llegado a creer que esa imagen, que esa personalidad, somos nosotros mismos, en lugar de entender que es una representación de nosotros mismos, pero que nosotros somos mucho más. Resulta sorprendente hasta qué punto podemos resistirnos a un cambio en dicha imagen. Sin embargo, tampoco nos puede extrañar si tenemos en cuenta que nuestra personalidad es aquello a lo que nos aferramos para saber quiénes somos. Es fácil entender que exista tanto miedo a que esta imagen cambie, porque tenemos la certeza de que, si cambia, seremos incapaces de reconocernos a nosotros mismos.

En la vida, cuando algo nos importa de verdad y sentimos el miedo al vacío, hemos de confiar en que, cuando demos un paso adelante, a pesar de nuestro miedo, comenzarán a desplegarse nuestras alas.

Este cuento refuerza aún más hasta qué punto la manera en la que enfocamos nuestra atención puede ser fuente de equilibrio o de desequilibrio en nuestras vidas. Si la enfocamos en aquello que para nosotros es incómodo o desagradable, aquello que son «las tempestades de la vida», nos llenaremos de tensión y perderemos nuestro equilibrio personal. Sin embargo, si somos dueños de nuestra atención y decidimos enfocarla en lo que para nosotros es lo más importante, mantendremos una mente clara y centrada cuando todos los demás la pierdan.

Por eso es tan importante entrenarse, ejercitarse en la capacidad de mantener la atención centrada. Por eso hay que apartarse de ciertas compañías, de esas personas que son como agujeros negros, que merman nuestra energía, nuestra eficiencia y nuestra salud. Son personas que parece que sólo disfrutan recordándonos de manera continua todo lo que está mal en el mundo, todo lo que es imposible de alcanzar y todo lo que hay de defectuoso en nosotros o en los otros. Si les prestamos atención, acabaremos viendo la realidad como ellos. Tal vez sea lo que buscan para sentir que controlan otras vidas, mas no creo que sea lo que a nosotros, en el ejercicio de nuestra libertad, más nos interese elegir.

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