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Reinventarse (Parte 3)

 


El cuerpo es el inconsciente, y por eso, cuando usted cuida su cuerpo, cuida su mente, y cuando cuida su mente, también cuida su cuerpo.

Los ejercicios de respiración son muy importantes para ayudar a desprendernos de esas corazas emocionales que hemos desarrollado a lo largo de los años. Músicos y actores, antes de entrar en escena, se aseguran de disponer de unos minutos para hacer una serie de respiraciones profundas con el objetivo de conseguir mayor serenidad.

Volver a un patrón de respiración tranquilo y abdominal tiene un poderoso efecto calmante y, por eso, es tan práctico en situaciones complicadas en el quirófano, ante un altercado en la calle o cuando estamos en casa y ocurre algo que puede sacarnos de nuestro punto de equilibrio.

Cuando se sienta tenso o confuso, recuerde que lo primero que ha de hacer para sentirse sereno y confiado es tomar el control de la respiración. Es el paso más directo, rápido y eficiente para acceder de nuevo a un estado de equilibrio.

Cada vez va estando más claro que, si bien la medicina nos puede ayudar mucho a combatir la enfermedad, nosotros tenemos algo que decir a la hora de evitar que surja dicha enfermedad y también mucho que decir a la hora de combatirla cuando ya es una realidad. Por eso, aquellas personas más positivas mejoran con mucha frecuencia sus posibilidades de curarse.

cosas que, de otra manera, podrían resultarnos incomprensibles. Cuando una persona se ha acostumbrado a vivir atrapada en una personalidad determinada, también ha quedado recluida a vivir en una especie de caja, una verdadera prisión, sin darse cuenta de esta situación. Esta zona, que nos es tan familiar y a la que llamamos «zona de confort», es profundamente limitante, porque nos priva de eso de lo que hemos hablado en tantas ocasiones y que es nuestra libertad interior. Dentro de esta zona, nos hemos acostumbrado a pensar de una manera, a sentir de una manera y a tener en nuestra sangre una química determinada al ponerse en marcha unas emociones que sólo son el reflejo de una manera ya establecida de pensar y sentir. Hay personas que reaccionan inmediatamente con ira ante la más mínima provocación. Hay seres humanos que experimentan profundos sentimientos de culpa sencillamente cada vez que ocurre algo doloroso, aunque ellos no tengan nada que ver. Es importante saber que muchas de estas emociones no son nada más que patrones automáticos de respuesta, puros automatismos que hemos reforzado una y otra vez a lo largo de los años.

ciertos cambios en la nutrición, el ejercicio físico y la forma de respirar pueden afectar a la manera en que las personas pensamos, sentimos y percibimos. Todos estos factores que acabamos de nombrar tendrían la capacidad de alterar el medio químico en el que se encuentra la célula. Ello llevaría a transformaciones en la membrana y en el funcionamiento celular. A partir de ese momento, dichas células mostrarían una resistencia a que el cerebro volviera a cambiarles las moléculas que predominan en su medio.

«Para que surja lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible.» HERMANN HESSE

¿Qué es lo que hace tan difícil cambiar ciertos aspectos de nuestra personalidad? Pues que en realidad no queremos cambiarlos, aunque pensemos que sí. De hecho, nuestras reacciones automáticas son, como sabemos, patrones de respuesta que creamos cuando teníamos una cierta edad y un determinado nivel de consciencia. Los creamos para evitar el dolor y poder cubrir nuestras necesidades. Estos patrones de respuesta no son simples ideas mentales, sino que son auténticas redes neuronales que involucran al cuerpo. Por eso, cuando se activan dichos patrones, no sólo experimentamos una serie de pensamientos específicos, sino que tenemos una serie de sentimientos y nuestro cuerpo responde de una manera determinada. Ya vimos en un capítulo anterior que hasta las mismas células están conectadas en este patrón de respuesta.

Tenga muy presente que entre cualquier hecho que ocurra y su respuesta emocional estará siempre su forma de evaluar esa situación. Más importante que hacer interpretaciones aparentemente lógicas es hacer interpretaciones que nos ayuden en vez de anularnos.

La frase «en la vida no hay amigos, ni enemigos, sólo hay maestros», nos invita a pensar que, a veces, aquellas personas que menos nos agradan son las que más tienen que enseñarnos acerca de nosotros mismos. Ellas nos permiten reconocer, no pocas veces, la irascibilidad, la impaciencia y la falta de compasión que todavía anida en nuestro interior.

Por eso, aunque me lleve más o menos tiempo aplicarlo, procuro no olvidar nunca que las mejores opciones para que se abra la puerta de la oportunidad no están en dejarme atrapar por reacciones o automatismos, por lógicos y razonables que me parezcan. La mejor oportunidad está en preguntarme: «¿Qué puede haber de valor en lo que me está ocurriendo?».

Decirle sí a la vida tiene que ver mucho con dejar de adoptar el papel de víctimas, dedicando nuestro valioso tiempo y energía a buscar culpables, y tomar responsabilidad a la hora de dar una respuesta a lo que nos sucede.

Frente a la resistencia o la resignación, están la aceptación y el agradecimiento. Tal vez porque ni la aceptación ni el agradecimiento parecen razonables es por lo que nos permiten acceder a lo que tampoco parece posible.

El mundo que nos parece razonable no es el mundo de la lógica, sino el mundo de los automatismos. Por eso, ante estímulos que nos generan incomodidad, es razonable que nos tensemos y enfademos. El mundo de lo razonable nos parece tan irresistiblemente lógico, que nos aferramos a él como si fuera el único posible. Por eso, buscamos en nosotros y en otros razones, evidencias y justificaciones que refuercen esta forma de pensar, en la que yo estoy en lo correcto y es la otra persona la equivocada.

Hoy sabemos, lo hemos visto ya y creo que es beneficioso recordarlo, que reacciones como la ira, el resentimiento, el deseo de venganza, la frustración, la desesperanza, la desconfianza, la ansiedad o la angustia, cuando se mantienen en el tiempo y dejan de ser emociones para convertirse en estados de ánimo, tienen efectos muy adversos:

Perjudican la salud y la vitalidad, dañando nuestro sistema inmunitario, arterias, corazón, músculos y vísceras.

Cuando sentimos que alguien nos ha herido, de manera inmediata, nuestra atención se dedica a la búsqueda de todo lo negativo, desagradable y disfuncional que esa persona tiene. Si queremos trascender nuestros automatismos y ser libres de verdad, es importante que empecemos a buscar lo mejor que hay en cualquier persona, porque hay algo admirable en todo ser humano. Lo que en realidad buscamos no es perdernos en la apariencia de esa persona o en sus manifestaciones, sino en su esencia, en lo que hay detrás de sus heridas y de sus fracturas emocionales, y que es origen de su dolor.

En lo que no me fijé fue en que, a mi derecha, junto a la pared opuesta a la de la imagen del anfiteatro de Padua, había un banco en el que estaba sentado un chico de unos dieciocho años de edad. De forma completamente inadvertida por mi parte, le estaba tapando la visión del anfiteatro de Padua, al estar yo de pie en medio de ambos. Cómo sería el grito que me pegó para que me quitara, que una señora que también estaba viendo los cráneos empezó a temblar. Lo primero que experimenté fue un aumento brutal de la tensión en todo mi cuerpo y un aumento súbito de la frecuencia cardíaca y respiratoria. Noté la fuerza con la que contraía la mandíbula y la ira que sentía hacia aquel ser que me había tratado de una manera tan agresiva. Le miré con furia y percibí en unos instantes todo lo que encontraba de desagradable en él. De repente, como si me golpeara un rayo de cordura, fui plenamente consciente de que tenía una opción, la opción de perdonar, y en mi interior así lo hice. Puedo atestiguar lo que ocurrió porque yo sé que lo viví. Al hacer esa elección desapareció por completo y de forma inmediata toda la tensión que tenía en mi cuerpo, la mandíbula se aflojó, el corazón y la respiración se serenaron, y me invadió un profundo estado de calma y serenidad.

No perdamos el tiempo haciéndonos preguntas como: «¿Por qué me siento tan mal?», «¿Qué puedo hacer para sentirme mejor?», «¿Cuál es el origen de lo que siento?». Estas preguntas son una trampa para que lleve mi atención a las emociones y siga atrapado por ellas. Preguntas distintas, como: «¿Qué hay de estupendo en lo que me está pasando?», «¿Cómo puedo colaborar aún más en mi proceso de transformación?» o «¿Qué es lo extraordinario que voy a descubrir?» hacen que nuestra atención se posicione en la búsqueda del camino de salida y no se quede envuelta en una serie de disquisiciones que no llevan a ningún sitio y que lo único que hacen es mantenernos atrapados.

Cuando una persona deja de identificarse plenamente con su mente, con sus pensamientos, juicios, valoraciones y emociones, comprende que es algo más, mucho más que sus ideas y sus opiniones. Entonces empieza a comprender qué es lo que hay detrás de la expresión «yo soy».





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